nada

Viaje de negocios

Sep 10, 2025

Estoy atrapado en un viaje de negocios en Guatemala, pero podría ser en cualquier lugar. Auxilio.

Vine a la capital de un país extraño a sentarme en un salón de conferencias sin ventanas y en un cuarto herméticamente sellado durante tres días seguidos. Mi cárcel se llama Marriot. No acepta visitas conyugales. El evento que me trajo aquí comienza al despuntar el sol y acaba justo al atardecer. Puedo pasear en los alrededores por la noche, cuando la oscuridad vuelve pardos todos los gatos y dos focos a todos los autos. Sin embargo no hay nada alrededor; restaurantes de lujo, McDonald’s, tiendas de souvenirs. Un bar en la esquina se llama Polanco y sirven Tacos&Mojitos. Otro La Nonna Pía, y tiene meseros de chaleco y moño que cuelgan una servilleta de su brazo derecho para tomarte la orden de una pizza con piña y recomendarte un vino de maridaje. 

Esta noche es cualquier noche en cualquier barrio caro de cualquier ciudad. Mi viaje es cualquier viaje en cualquier parte y yo soy cualquier persona en el lugar cualquiera donde cumple con algún rito genérico que se antoja diseñado para despojar de identidad a las personas, a los barrios, a las ciudades, a los países y a la noche misma. Si todas las noches de todos los viajes de negocios son la misma, entonces todos los viajantes de negocios somos la misma persona sin nombre ni memoria que regresa a casa cansado con imanes que retratan lugares que no conoció. 

Detesto la idea de pasar un minuto más en el restaurante del hotel; la cena será mi última rebelión. Salgo a caminar y las calles oscuras de la Zona 10 me recordaron noviembre 94, 95, 96 y 97 alrededor de la FIL, entre Expo Guadalajara y Plaza del Sol: Las banquetas rotas, el bochorno de los charcos que dejó la lluvia, la temperatura que pica hacia abajo pasadas las 7, los restaurantes de lujo a los que sólo se llega en auto, los mapas sin norte de una ciudad que sólo ves en penumbras y desconoces. Podría ser Acapulco en 2006 al borde de la guerra y de la costera Miguel Alemán con sus bares de letras de neón a medio fundir. Podría ser Bogotá en 2028 al norte de la zona T casi en la 92 a las 11pm, cuando los rolos te dicen que mejor pidas un Uber, no vayas a querer caminar, ni lo mande dios, que esto no es la Ciudad de México, esto es Bogotá. 

Busqué alimento pero nada me convenció. Temo a la microfauna local de los carritos de shucos1, pues vengo a hacer negocios y una revolución estomacal no es buena para cerrar tratos, ni dar talleres, ni para repartir tarjetas. Me da vergüenza cenar solo en un lugar de meseros que recomiendan vinos. Me niego por principio político a que mi paseo termine en unos nuggets de KFC. Necesito dinero local porque el lugar de empanadas que vi hace tres cuadras no debe aceptar tarjeta (no pregunté, pero no pasaré la vergüenza de que me lo digan a la cara). Una máquina expendedora de billetes me cobra la estrepitosa cantidad de $120.00 pesos de comisión por atenderme. Lo pago. No tengo certeza de cuánto me entrega al final. Bueno, sí sé cuánto nominalmente, Q400.00 Quetzales, pero no sé cuánto en realidad; espero sea suficiente para esta noche y a la vez que no sea demasiado para no tener que regalar dinero en la calle antes de volver a México con papeles sin valor en el bolsillo.

Regreso sobre mis pasos y no encuentro las empanadas. Maldita sea, estaban aquí. Dos a la derecha, una la izquierda. Aquí estaban, junto a la barda del lote de Villa Pomona, la mansión destruída de Jacobo Arbenz. Pero no, ya no hay nada, ni empanadas ni mansión ni reforma del Estado contra la United Fruit Company. Tengo unos cuantos cientos de Quetzales y nada qué comer. sigo con mis vueltas en Zigzag por el barrio, cualquier barrio en cualquier lugar. 

Auxilio, estoy atrapado en un viaje de negocios.


1 Hot Dogs. Creo que el Hot Dog es el alimento cuyo nombre más cambia en Latinoamérica. Shucos. Jochos. Dogos. Perros. Panchos. Completos.

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