Me compartieron una historia de Instagram el sábado: “La GEN-Z de Nepal elige a su primer ministro vía un servidor de Discord”. Incluía aseveraciones como “básicamente el congreso está siendo administrado vía Internet por los jóvenes” y declaraciones como “este es un movimiento global de descontento de las juventudes”.
¿Qué tan realista es esto? ¿Suman esos retratos al movimiento nepalí? Tras ser víctima del molino de carne de los medios durante el #YoSoy132, sé que todo es mentira. Conozco bien los vicios y mecanismos que la sociedad utiliza para fetichizar las emergencias sociales juveniles. Escucho sus ecos distorsionados en lo que sucede en Nepal; cambió la generación y las herramientas, pero no la necesidad del sistema de tomar mártires y rehenes para limpiar sus propias culpas.

¿Qué sí pasó en Nepal? Resumo en tres momentos1:
- El gobierno ha sido frágil desde un proceso de reforma profunda iniciado hace 20 años. La percepción de que la corrupción aumenta, o por lo menos no disminuye, es omnipresente.
- Hijas e hijos de la clase política presumen lujo y riqueza en sus perfiles; el público comparte esas publicaciones y las etiqueta como #NepoKids. En respuesta, el 5 de septiembre el gobierno bloquea el acceso a todas las redes sociales, temiendo sean una plataforma de disidencia.
- Una ONG llamada Hami Nepal convocó una protesta pacífica tres días después. Llegaron muchos policías peró aún más asistentes de los que tanto la organización como el gobierno esperaban. La cosa se desmadra, la policía dispara y asesina a 19 jóvenes. La cosa se desmadra más y al día siguiente hay protestas violentas en todo el país. La policía tiene miedo, los gobiernos locales también.
El movimiento se convirtió en el fósforo de un polvorín que ya estaba allí.
El ejército, quien tiene las llaves del poder, exige una cara con la que puedan negociar. Hami Nepal es la única con institucionalidad suficiente. Además es víctima de su propio éxito y siente la obligación ética y moral de controlar la bestia, de llevarla a buen puerto. Imagino con claridad a alguien debajo de un escritorio diciendo “pero qué he hecho”.
El canal de Discord de la organización crece descontroladamente y explota. A quienes lo administran les parece buena idea hacer una encuesta para preguntar a la banda quién quieren que sea primer ministro; gana Sulisha Karki, expresidenta de la Suprema Corte. Hami Nepal acude a las negociaciones convocadas por el ejército y, en charlas a muchas bandas, se decide que Sulisha Karki es la candidata más viable como primera ministra interina.
Concluyendo: La elección oficial no fue ni realizada via Discord, ni la Generación Z (lo que sea que sea eso) eligió directamente a la primera ministra. Por otro lado, la participación de Hami Nepal en las conversaciones y su deslinde de la violencia enrareció su relación con el resto del movimiento, como siempre sucede con quienes dialogan con el poder durante las emergencias sociales. Esta película ya la vi, en México, hace trece años. De hecho fui uno de los protagonistas.
Era mayo de 2012 y el candidato Peña Nieto -con un largo historial de represiones policiales y violaciones a los derechos humanos- fue a la Universidad Iberoamericana a presentarse. La comunidad respondimos: hubo protestas generalizadas, conatos de violencia y en general estudiantes exigiendo que se nos tratara como personas adultas capaces de cuestionar a sus gobernantes. Mi papel comenzó con el pésimo manejo de la crisis que hizo el PRI y los medios de comunicación alineados, quienes intentaron minimizar los hechos para atribuirlos a infiltrados. Salieron políticos, periódicos, opinólogos que habían sido maestros míos, a decir que nos habían pagado para protestar, que ni siquiera éramos parte de la comunidad estudiantil, que en realidad eramos hombres de mediana edad con entrenamiento guerrillero de la izquierda (¿?) para hacer quedar mal al candidato.
Soy un tipo con mucha imaginación y por ello en la infancia me decían mentiroso; recuerdo dolorosamente grupos crueles de niños cantando al unísono “choreroooo, choreroooo, choreroooo”. Llamémoslo trauma, pero me saca de mis casillas que en mi adultez me lo repitan; allí estaban los periódicos, nuestros maestros y los idiotas llamándonos mentirosos a mí y a mis compañeros de clase. Me arde la cabeza de recordarlo. Organicé con otras personas un video de YouTube donde los estudiantes respondimos con nuestros nombres y matrícula; los mentirosos eran ellos. El resto es historia.

En un tiempo de avance de las derecha autoritarias, el relato de las juventudes nepalíes es un oasis de esperanza para un progresismo abatido. De igual forma hace trece años a #YoSoy132 se nos llamó “La primavera mexicana”, “niños héroes” y hasta “el despertar de la conciencia iluminada que predijeron los mayas”2. La prensa local e internacional parecía entregada a quienes estuvimos en el centro de la vorágine: con una mano preguntaban qué preferíamos para construir/destruir un país, si Facebook o Twitter, y con la otra nos exigieron una agenda que no teníamos: ¿Condonas la violencia de quienes le aventaron huevos a Adela Micha? ¿Invitarás a votar por Lopez Obrador? ¿Son parte del movimiento global de las primaveras árabes o están más alineados a Occupy Wall Street? ¿Qué género musical debería representar la inconformidad? ¿Qué le dirías a los jóvenes finlandeses que se organizan para hacer una nueva constitución? ¿Qué opinas de la revolución cubana? ¿Por qué aún no organizan su propio partido político, esperan que alguien les ofrezca una plurinominal? ¿Estás a la altura de los próceres del movimiento del 68? ¿Responderás a los llamados del presidente por abrir el diálogo? ¿Qué outfit llevarás a la premiación de las 50 personas más influyentes del 2012, convocada por la revista Quién? Señoras y señores de la prensa, hasta antier mi principal preocupación era que tengo cinco materias que aprobar.
En las coberturas de Nepal y en las del #YoSo132 abundan las fotos de jóvenes con el pelo pintado de colores brillantes, sonrientes e irónicos viviendo lo que parece el mejor momento de sus vidas. En ambas también simplifican la complejidad del momento político y se erigen grandes héroes para poner cara a un movimiento amorfo y sin agenda, pues es más fácil contar la historia de personas exitosas que la de enredadas hordas estudiantiles en interminables asambleas donde no se decide nada. Por último, erigir ante la opinión pública liderazgos sintéticos de un movimiento acéfalo le es funcional al sistema: construye los puntos de quiebre donde eventualmente golpeará.
Por todos los flancos se presiona con retratos de jóvenes impolutos e inocentes que de su mano suave nos llevarán a la redención; nadie lo cree, pero genera likes y vende periódicos. Al mismo tiempo los dueños del verdadero poder buscan absorber y capitalizar esa esperanza por cercanía y contaminación. Así, quienes están movilizados sienten el peso del mundo en sus hombros; el espejo de las redes sociales devuelve la exigencia de infalibilidad y de la autoimportancia desproporcionada. No podemos permitir el error que significaría la caída del movimiento y defraudar las expectativas de una nación entera.
Sobra decir que es mucho más complejo. Las emergencias de protesta juvenil son fenómenos cíclicos probablemente impulsados por una falta de representatividad de las generaciones más jóvenes dentro del Estado. El sistema es hábil para retomarlas y escenificar supuestas reformas que no son más que un reality show donde se compite por ser la estrella emergente de la política joven. Con estos mecanismos se cumple una función expiatoria: las sabias y puras palabras del hijo menor hacen entrar en razón al padre violento, y son un método eficiente para la renovación de cuadros políticos y construir nuevas figuras de representación que aplaquen los disensos el próximo par de décadas. Si no me creen, que le pregunten a los chilenos.
Sé que si me hubiera leído hace 13 años renegaría de este texto, y para cerrar quiero dar una última esperanza al yo de 2012 y al joven nepalí imaginario que no me leerá: Lo mejor no sucede durante el movimiento, amigo mío. Serán ocho semanas de no dormir, ocho meses de no parar de llorar y ocho años de preguntarte qué acaba de suceder. Lo mejor viene después; las emergencias juveniles crean espacios también para quienes decidimos integrarnos desde otros lugares a la política. Se abrirán caminos en la academia, en la sociedad civil y en los medios, no sólo en el gobierno. La red que ustedes crearon, las personas que no hubieras conocido de no ser por compartir las agresiones del sistema, seguirán allí y harán cosas juntos. El nombre cambiará, las herramientas y las redes sociales también, pero el ideario democrático y del bien común permanece. Llegarán personas de otros lugares, de otras generaciones y te tenderán la mano; te invitarán a aprender y a enseñar, te invitarán un café, te invitarán a un congreso, te invitarán a otros movimientos. Algunos de quienes entraron al gobierno también lucharán por abrir caminos, por pelear el poder a los dueños del poder, por abrirte a ti un espacio para disentir. Perderás gente, quienes se rindan al sistema, quienes prefieran dejar el país y no volver. Eso está bien. Tú y tus amigos estarán bien, comprometidos con lo mismo, pero con años de experiencia creada a costa de traiciones y derrotas, de éxitos públicos y silenciosos. Como me dijo mi padre entonces, la lucha no la empezaste tú ni la acabarás tú, pero recorrerás por lo menos dos centímetros hacia adelante; dos centímetros que ganaste para quienes vengan a luchar después de tí.
Vamos, Discord es lo menos importante de lo que pasa en Nepal.
- Un artículo del NYT (lo odio, pero es un buen primer contacto con temas ajenos), un excelente análisis y resumen de Descifrando la guerra (probablemente el mejor medio de análisis internacional en Español), este episodio de A vista de lobo (de quienes amo su distancia intelectual ante toda catástrofes), y una nota previa y otra posterior del Kathmandu Post. ↩︎
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