nada

La reproductibilidad del mal

Abr 6, 2025

Por abrir con un cliché: Nos observé a las mentes más brillantes de mi generación ghiblificarnos. Pero no vengo a hablar de eso.

Hace unos días en México una mujer de 70ytantos años disparó y mató a un joven. La prensa retomó el caso y popularizó el nombre la abuelita sicaria. El muerto presumía ser asaltante en sus perfiles de redes sociales, y la asesina de ser madre de un exdiputado. El crimen se transmitió en vivo y en directo por las redes de otra persona, probablemente relacionada con el muerto, entre gritos y desesperación. No busquen el video, no es necesario verlo. Al final, la transmisión enfoca el cadáver ensangrentado, con un balazo en la cabeza, mientras la camarógrafa llora. 

Quiero hablar de esa imagen, de ese cuadro. Fue recuperado por la ¿comunidad? de Twitter México, procesado a través de el nuevo generador de imágenes de ChatGPT para adaptarse a distintos estilos y técnicas de ejecución y compartido en celebración de… no sé de qué, de la banalidad del mal, quizá. Por favor no vayan a Twitter a buscar las imágenes. 

«Rata muerta al óleo«. «Rata muerta al estilo de los simpsons«. «Rata muerta cubista«. Por supuesto, «rata muerta al estilo de estudio Ghibli«. 

Es fácil enojarse con quien hizo las imágenes y con quienes las celebraron. Es fácil decir que la gente es inculta y cruel, que somos un país de salvajes, que la tecnología nos regala maravillas y las usamos para reproducir un asesinato. Pero no nos quedemos con el primer impulso; quienes realizan este trend usan las herramientas tal cual fueron diseñadas y exactamente para lo que fueron diseñadas; las usan tal cual les fue enseñado a usarlas. Nuestro enojo, nuestro desprecio por los arrobas que responden «jajaja«, es también funcional a dichas herramientas y por ello debemos cuestionar el asco mismo que sentimos por nuestros pares. 

Aquí acaba la introducción y el contexto (Sólo cinco párrafos cortos o medianos. ¡bien!) y paso a la materia. Gracias por seguir leyendo. 

La ghiblificación comenzó con Sam Altman, amo y señor de OpenAI y dueño de ChatGPT, al presentar el nuevo modelo de generación de imágenes con una foto suya estilo Ghibli, que luego puso como foto de perfil. El contexto es claro: Yo puedo más que mis detractores, proyectados en Miyazaki. Es un multimillonario que reta al stablishment creativo del mundo porque sabe que en la era Trump, el Estado gringo nada hará para castigarle. 

Había un segundo mensaje aún más profundo que el anterior: el nuevo modelo de generación de imágenes diluyó los controles de seguridad que usualmente trae programados para evitar que se genere contenido en contra del acuerdo de uso. Antes prohibía generar una imagen tipo Miyazaki, para evitar controversias de derecho de autor. Ahora no les importa

Comenzó la locura de la generación: fotos familiares, momentos de pareja, perros chistosos. Pero el pelotazo lo dió la cuenta de Twitter de la casa blanca (sin mayúsculas porque asco), que subió la imagen ghiblificada de una deportación. La bola de nieve era imparable. Se probó con imágenes históricas y luego llanamente crueles; Hitler tierno, famélicas víctimas de guerra tipo anime,  momentos cumbre del horror al estilo de Precious Moments. Hasta el ejército israelí subió fotos del genocidio, pasadas por el filtro hermosificador. Los controles de seguridad del modelo generativo bajaron tanto que mezclar la ultraviolencia y las violaciones a los derechos de autor se volvió deseable, pero sobre todo, emergió como trend aprobado por las máximas autoridades simbólicas del mundo.

El foro natural para todo este contenido es Twitter, la nueva Twitter  orgullosamente nazi, que celebra e impulsa algorítmicamente el discurso de odio. Twitter, que, como cualquier red social, brinda chutazos de endorfinas al cerebro primate, nos hace sentir que formamos parte de algo y que tenemos la atención que merecemos. ¿Quieres cien likes? sube algo cruel. 

Tanto OpenAI como Twitter logran sus objetivos de negocio al mantener al público enganchado, pero eso es lo que menos me importa. Ambas son empresas que funcionan en números rojos y viven subsidiadas por el mercado financiero; OpenAI pierde dinero con cada foto ghiblificada. Al mismo tiempo aseguró una nueva ronda de 40mil millones de dólares de inversión, a pesar de no tener un negocio estable, solo por ser relevante. Musk se dió cuenta que Twitter es inmonetizable, pero a la vez es invaluable al momento de formar la agenda pública y peor, de manipularla. Con él, construyó un gobierno y una audiencia a su imagen y semejanza (O sea, Nazi). 

Ambas son empresas cuyas herramientas se perpetúan a sí mismas al ser políticas, no al ser un buen negocio. Ambas pensadas para reproducir el odio y la violencia y convertirse en juez y parte de la cultura y la información. En ese plan los detractores estamos contemplados; indignarse, enojarse con nuestros iguales y condenarles es el último paso de la ecuación del odio. Buscan destruir los puentes y las luchas en común por debates morales. Lo hicieron sectas e iglesias, lo hicieron gobiernos, lo hicieron los líderes fascistas en el siglo XX. Siempre funcionó para quemar desde dentro una sociedad.

Romper el ciclo de la violencia implica detenerse un momento y saberse también parte de esto. Entender que no somos diferentes a quienes sufren nuestras mismas opresiones. Los autores de «Rata muerta tipo Van Gogh» no son más crueles que quienes les llaman «brutos insensibles», ni más irreflexivos que quienes hicimos nuestra foto Ghibli de las vacaciones pasadas. A quien tiene un martillo todo le parece un clavo. Hoy todos tenemos herramientas diseñadas para el odio en el bolsillo. 

Toca buscar una salida.

Otros textos

El mandato divino de emprender

El mandato divino de emprender

Cada sociedad vive su sistema de creencias como certeza absoluta, describe y rige su relación con el mundo tangible a través de éste. Creemos que el sol sale de acuerdo al hecho mitológico descrito en nuestra religión.

leer más