Brisa lee en el sillón, yo finjo jugar videojuegos para escurrir miradas a sus piernas. Dice desde hace meses que se cortará el pelo al pasar por cualquier peluquería. «Debería entrar allí». Entra, digo yo. «Luego. El próximo sábado. Mi copete es una desgracia» deja atrás la conversación, camina como si nada. Llegará el sábado y Brisa leerá en el sillón, no irá a cortarse el pelo. Yo juego videojuegos tan tosco, tan ordinario… y no imagino el sábado sin ella; no imagino enfrentar el vacío de sentido sin el sentido que brinda compartir con alguien la certeza absoluta de que moriremos y nadie nos recordará.
Brisa llegó un lunes a mi vida con hambre y preguntas difíciles, de playera blanca con patrones tejidos, con un short travestido en falda. Llegó al espacio que habitaba entonces, pero que no fue mío hasta que ella cruzó el umbral para quedarse unas horas. Ella fue el motor que me movió a comprar una alfombra y acomodar mis libros. Para recibirla en mi vida me hice de una sala. Para ver mejor sus carcajadas traje chistes a la casa junto con los focos, ligeros, pendientes de un cable cruzado por las habitaciones. Compré por Internet un sillón chico, de dos plazas, con patas largas como de araña que nunca acoplé. Quedó a ras de piso y lo bautizamos al sábado siguiente de su llegada. Hoy, en otra casa, nuestra casa, Brisa lee allí filosofía, a ras de piso, con sus shorts de pijama y sus lentes profundos, con sus pies pequeños y su piel café. Me pregunto si no siente vergüenza de lo blanco de mi cuerpo, parezco pollo desplumado. No la interrumpo con eso ¿Cómo interrumpirla en este instante permanente? Ríe concentrada en su libro y estira la mano hacia mi rodilla.
Mi tele de los ochenta emite jazz monoaural. El sol es naranja y picoso. El balcón vibra micras tras el chun chún de un camión. Las plantas están verdes, floreadas, bien. Nuestros libros adornan las paredes de todo el departamento (interior 303, tercer piso), envidiosos del tiempo que dedico a los videojuegos y a Brisa. Sí, debería leerte Baudrillard, pero contempla esto, esta escena tan de video Cozy afternoon jazz 10 hours non-stop cafeteria ambient soundscape. Mira que perfecto este encuadre tío Umberto, mira en qué ridículo me he convertido, que disfruto de la vida y el cliché. Mira esta sonrisa, Santa Teresa; mira este desprecio nuestro a la fertilidad, Kybeles; mira este abandono grosero a la experiencia, Siddartha, míralo y muere de envidia.
Lamento que el sábado acabará. Antes o después vendrá otro sábado perfecto y acabará, y luego otro y otro y otro, y todos acabarán, hasta que nos acabemos nosotros. Hago un combo perfecto. Sonrío también y sorbo mi té. Brisa levanta la mirada, la cruza conmigo, torcemos la boca con cariño. Los sábados acabarán, pero moriremos y nadie nos recordará. Eso es perfecto. Esto es perfecto.