Nos es más sensual imaginar la destrucción de todo lo existente que la posibilidad real de la destrucción de Bogotá.
Recientemente destacó en las noticias el descubrimiento de un meteorito, más o menos del tamaño de la estela de luz, con posibilidad de 3.1% de chocar con la tierra en 2032.
El objeto, llamado YR24 no es suficientemente grande para acabar con la humanidad, pero eso era algo convenientemente ausente de los titulares y las notas de prensa. Quizá, en el peor de los casos, podría diezmar una ciudad, y borrarla de la faz de la tierra. Por su trayectoria el impacto podría ser en Ecuador, Colombia o Venezuela, en nuestro lado del mundo, o en África, Arabia o el sur de Asia.

No es que eso no fuera una desgracia, pero definitivamente no vende. ¿Qué hubiera pasado si la piedra tuviera posibilidad, aunque fuera mínima, de estrellarse en Washington o en Nueva York? ¿Cómo hubieran cambiado los titulares? ¿Cuántas películas en preparación del impacto nos recomendaría el algoritmo?
Como ningún posible punto de impacto vivía en la peliculosfera, la prensa decidió omitir las consecuencias realistas y sostener mediante silencio la fantasía de la posible eliminación de la humanidad. Ello fue el pretexto necesario para conseguir el clic nuestro de cada día que alimenta a las redacciones. Corrieron encabezados vagos sobre el YR4, capaz de acabar con «todo», sin decir dónde comienza y dónde termina ese «todo». Así arrancó una guardia en la que cualquier recálculo de la probabilidad de impacto implicaba 5 artículos, 20 tweets y siete «pings» en la app del periódico. Empezamos con un 1.2% que escaló hasta alcanzar el 3.1% proverbial del título. Por último disminuyó a 0.8%, una cifra dificil de justificar como riesgo existencial.
3.1% es un número muy alto. Quienes trabajan con probabilidad lo saben, y por ello impresiona. En el asumido de que la disciplina es perfecta (no lo es), tenemos certeza de que por lo menos una vez al mes pasa algo que tiene 3% de posibilidades de pasar. Encontrar a ese viejo amigo de la primaria, olvidar las llaves en la oficina, mancharse la solapa con una gota de café. 3.1% de posibilidad de cualquier cosa es terriblemente cotidiano.
Durante cuatro días, «que todo se acabara» fue una posibilidad tan plausible como desayunar hot cakes un día cualquiera de marzo. Asistimos al espectáculo mediático del fin, cuando incluso la noticia de la propia muerte se vuelve morbosa y capitalizable.
Lamento que la posible desaparición de Bogotá o Maracaibo no venda tanto como la muerte de todos los seres humanos.